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Pinocho: Existencialismo responsable


La contradicción agridulce que se percibe en la vida es el principal motivo de inspiración en las artes, siendo el cine uno de los métodos de expresión más completos para estas ideas y así lo demuestra Guillermo del Toro con su versión de Pinocho (Guillermo del Toro’s: Pinocchio, 2022) quien después de 15 años, logró esculpir este proyecto que no solo es una carta de amor parental, sino su consagración como artista y cineasta haciendo una obra maestra de animación stop-motion con una historia humanamente transformadora.


Situada en Italia en los años 30’s, esta es la historia de Gepetto, un carpintero quien después de vivir una tragedia familiar, talla un muñeco de madera al cual se le otorga un alma prestada para hacerle compañía.


Para comenzar, es impresionante el talento que reunió y el trabajo creativo que dirigió Del Toro para crear su versión del cuento de Carlo Collodi publicado entre 1881 y 1883, trabajando junto con Patrick McHale para el guión y con Mark Gustafson en la dirección, centrándose más en la transformación emocional y espiritual de un individuo, reforzando el mensaje con diálogos tan poderosos como las imágenes que se nos presentan para ser contundente en su intención reflexiva que mezcla amor, tragedia y humor en un equilibrio natural en analogía con la vida misma.


Como bien lo ha comentado Del Toro, los actores a destacar son los animadores quienes hicieron reales las emociones que los personajes expresan maravillando por la naturalidad con la que se observan, equilibrando realismo con fantasía como en sus proyectos previos (El espinazo del diablo, 2001 y El laberinto del fauno, 2006) sintiendose una continuidad de ese pensamiento que lleva a reflexionar en temas más grandes como la existencia y la responsabilidad de las decisiones para la vida y la muerte.


Es magistral el detalle y consistencia de la producción que va desde el diseño de los personajes, siendo la colaboración más destacable la de Gris Grimly para hacer un Pinocho más real, el diseño de arte en los diferentes escenarios y vestuarios, la fotografía de Frank Passingham quien deleita por el avance en iluminación que ha logrado desarrollar hasta ahora y se puede apreciar como evolución desde sus proyectos previos (Kubo, 2016; Coraline 2009 y Chicken Run, 2000). Aun con la gran escala, este proyecto mantiene su consistencia y deja imperceptible que el trabajo se realizó en 60 unidades grabando simultáneamente en lo que llevara a una producción de aproximadamente 3 años cuya maestría se percibe en lo sencillo que aparenta pero a la que le subyace una planeación y pre-producción que llevara más de 10 años con el riesgo de no ser producida por lo mismo.


Otra de las bellezas a destacar en este largometraje animado es la música cinematográfica de gran sensibilidad y talento magistral de Alexandre Desplat quien ahora incursiona en números musicales que, aunque en un inicio pareciera se puede prescindir de ellos, sorprenden porque funcionan como puente y alivio emocional sin llegar al cliché o sobrepasar la intención emocional, destacándose por el uso de instrumentos de madera (vientos, mandolina, arpa e inclusive xilófono).


Pinocho de Guillermo del Toro, es una película para público que gusta de historias emotivas que hace reflexionar de temas trascendentales a través del arte cinematográfico de la animación.


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