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¿Don o trastorno?

  • Araceli Tario
  • 6 feb 2019
  • 2 Min. de lectura

Después de 19 años, M. Night Shyamalan hace cierre con Glass (2019) que ahora es la tercera parte de una historia que iniciara con su segundo largometraje Unbreakable (2000) y continuara con Split (2016) hasta terminar la reunión de estos tres personajes ahora ya icónicos.

Ahora es el turno de la Dra Ellie Staple (una misteriosa y acertada Sarah Paulson) que reunirá a estos tres individuos en el un hospital psiquiátrico con el objetivo de estudiarlos y hacerlos comprender que la condición superhumana que creen tener es sólo un trastorno mental.

Aunque esta película tiene una narrativa parsimoniosa, Glass es una película de entretenimiento para público gustoso de historias fantásticas espirituales donde es posible lo sobrenatural. Aunque el primer acto de este largometraje es denso, logra mantener al público expectante de una revelación que finalmente se da de manera inconsciente al marcar al espectador con una idea y es aquí donde Shyamalan nuevamente juega con las creencias o ingenuidad de las personas a través del diálogo que a su vez es un juego mental que traspasa la pantalla.

La dirección en conjunto de la fotografía de Mike Gioulakis son realmente extraordinarias ya que mantiene el juego de perspectiva y movimiento de cámara inmersivo tan singular para esta historia jugando con los ángulos y encuadres así como la profundidad al realizar acciones simultáneas además de mantener esas escenas lentas que parecieran en cámara lenta para enfatizar lo grandioso de los personajes y por lo tanto hacer una experiencia visual única y al mismo tiempo dar ese toque extraordinario acorde a esta historia superhumana. Así mismo, la fotografía logra resaltar el diseño de arte (a cargo de Jesse Rosenthal) y el diseño de producción (a cargo de Chris Trujillo), así como el vestuario de Paco Delgado que en conjunto tienen un sincronía armoniosa de color y textura muy acorde al universo planteado por Shyamalan, transitando de los colores fríos a los cálidos continuamente hasta dejarlo en una textura trágica o melancólica.

Otros aspectos relevantes sin duda son la edición y la banda sonora. Con respecto a la primera, la realizan dos personas: Luke Ciarrocchi (colaborador de siempre de Shyamalan) y Blu Murray quienes dan un ritmo contrastante a la historia alternando los momentos parsimoniosos que enfatizan el diálogo así como de disfrutar de los momentos que se dan golpes de efecto que sorprenden al espectador en la aparente monotonía. Mientras que la segunda, compuesta por West Dylan Thordson, apoya el ritmo narrativo de esta historia guiando al espectador con sonidos asociados a cada personaje, retomando los temas de Unbreakable compuestos por James Newton Howard y en el compuesto por él mismo en Split que ahora completa con melodías contrastantes entre lo suave y lo violento de las cuerdas y las percusiones, haciendo un sonido único y propio para esta tercera entrega.

Lo que más se agradece de Glass es el que Shyamalan siga siendo un cineasta que se muestra congruente con sus ideas y universo, que no complace mas que a su desarrollo creativo. Con este largometraje se reafirma como cineasta y aunque pueda no gustarle a toda la gente, dejará siempre una impresión en el público poniendo a prueba como en cada uno de sus largometrajes sus creencias.

Boletómetro: 3 boletitos por verla en el cine


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