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Un suspiro innecesario

  • Araceli Tario
  • 21 ene 2019
  • 3 Min. de lectura

Para ser perturbador o transgresor no es necesario ser explícito y Luca Guadagnino parece que no lo sabe.

Aún se sigue apostando en el cine comercial por realizar remakes de clásicos de terror o "versiones" como Guadagnino se refiriera de su Suspiria que esta "basada" en la que realizara el italiano Dario Argento junto con su entonces novia y actriz Daria Nicolodi en 1977 y que desafortunadamente en esta "nueva adaptación" llevada al guión por David Kajganich se queda como un pseudo homenaje de aficionados del cine de Argento.

En esta ocasión, Suspiria (2018) se sitúa en una extrañamente modernizada Alemania de 1977 donde el personaje principal es Sussie (una desangelada Dakota Johnson) quien ingresa a la misteriosa, prestigiada y muy femenina Academia de Danza de Tanz porque busca convertirse en una gran bailarina e inclusive llegar a ser la titular de la compañía que esta a cargo la mas que obvia turbulenta Madame Blanc (una talentosa pero predecible Tilda Swinton) quien percibe en ella un talento inigualable y espontáneo. Es a través de diversas sucesos "extraños" en las que Sussie encontrará su "verdadero ser" confrontando al resto de las integrantes de la academia.

Es triste observar como un proyecto cinematográfico carece de alma (guión) que no pueda sostenerse como un ente propio sin llevar al público a querer voltear hacia la Suspira de Argento, pero es inevitable, con las constantes acciones inconexas, momentos grotescos e intrascendentes de las que Guadagnino "adorna" su versión, aportando muy poco a la historia ya conocida como el baile a través de interesantes coreografías; sin embargo, Luca ignora el hecho que Suspiria de Argento se muestra como evento onírico que pudiera estar experimentando Sussie, exorcizándola de su diseño de arte tan icónico y haciéndola pálida y "oscura" con la idea que así se verá más perturbadora; sin embargo, en esta "nueva versión" Luca se obstina por explicar cada cosa haciendo redundante la imagen y el diálogo ampliando la duración del largometraje como si llegar a las 2 horas asegurara la complejidad y profundidad de un largometraje.

Del mismo modo que el diseño de arte, las actuaciones son insípidas y son acompañas de un vestuario triste, una fotografía que solo explora una textura sombría aún en los momentos más intensos, dejando todo carente de emotividad como si lo viéramos a través del lente depresivo y suicida de alguien anhedónico. La banda sonora de Thom Yorke aunque en muchos momentos es interesante, no logra traspasar la pantalla y en muchas veces termina por ser complaciente o a mimetizarse con el diseño sonoro que finalmente es uno de los personajes principales de este largometraje.

Suspiria de Luca Guadagnino queda en un aliento, en el anhelo, en el proceso de convertirse en una "madre". Tampoco se observa como homenaje o por lo menos no uno del cual se pudiera sentir halagado el artista pues vulgariza con lo explícito el significado de lo incierto y onírico que la del 77 dejare entrever aun y llegara a ser visualmente grotesca o exagerada. El asunto no es qué muestras o si es explícita, sino la maestría para mostrarlo con elegancia y dejar al público no solo con la impresión visual del mismo sino de un testimonio o declaración para pensar el mundo que busca retratar.

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